SILERE

miércoles, 13 de enero de 2010

SILERE

En las entrañas más aburguesadas de la ciudad, bajo un cielo de estrellas de neón que cubren el techo del auditórium, un hombre se pone de pie, se estira cuan largo es, atraviesa el gran salón a zancadas, con paso teatral, el brazo levantado y literalmente aclama a su público, pidiendo a gritos un gran aplauso, entre las enérgicas olas del clamor sonoro. Lleno de emoción, estira aún más el brazo con gesto imperioso y se deja caer sobre al asiento del piano dedicando a la multitud un esbozo nocturno en la bemol, con los dedos plagados de escalofríos que impactan directamente sobre el teclado para dedicar al público el que será...
...el Vals del último adiós, de Chopin.

Él no era un hombre corriente, no al menos como los otros, él era un sobresaliente pianista. Teatros, coliseos, auditorios, no había un rincón melódico en el mundo que no lo hubiera glorificado. Sabía, como ningún otro, arrebatar al instrumento notas de Chopin, Bach, Liszt, que embaucaban rápidamente a la multitud y que lograban siempre la gran ovación.

Con su eterno ritual, sube actoralmente las escalinatas que lo situan justo en el centro del escenario, saluda solemnemente al público que abarrotaba la sala , ataviado con su inseparable negro e impoluto chaqué, se sienta majestuoso frente al piano de cola, cierra los párpados, apoya los pies en los pedales, extiende con suavidad sus largas manos y comienza a extraerle al piano notas de Chopin que hipnotizan rápidamente a la masa humana. Entreabre los ojos minuciosamente, repasando cada rincón del gran salón...un suspiro, medio suspiro...un cuarto de él... y frenetiza el pulso sobre el teclado, lo que hace palpitar aún más a la entusiasmada concurrencia, deseosa por aplaudir al octogenario. Y el delirio, no se hace esperar, tan pronto como el virtuoso termina el concierto, la muchedumbre al completo se pone en pie para aplaudirle acaloradamente, mientras que él entre inclinaciones y saludos situa su anciano y alargado cuerpo delante de todos y por primera vez en su larga vida dirige a los espectadores su propia voz:

-Amáis a Chopin, y él nos dijo: “Dejad que sea lo que debo ser, nada más que un compositor de piano, porque esto es lo único que sé hacer”. Yo llevo toda mi vida escuchando a la música y ahora que mis días se acortan quiero dedicarla a escuchar el silencio..."dejadme ser nada más que un compositor de la música, por que eso es lo único que yo también sé hacer"

Solemne y ceremonioso, con la mirada perdida en la pausa, callado y en el más absoluto de los silencios se despide reverencialmente de su público mientras sus longevas palabras, añaden la nota final al que sería SU ÚLTIMO VALS .
(SILERE).

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