Perdió el miedo a volar, extendió firme sus alas y en un atisbo de seguridad se desplegó y surcó los cielos, sobre la gran ciudad. Cerró los ojos, sintió el viento golpearle el plumaje y abrió el pico para dejarse llevar, ahora que lo que de verdad le asustaba era la obligación de tener que elegir un camino, que sabía, que le llevaría a abandonar otros.
EL CAMINO
Perdió el miedo a volar, extendió firme sus alas y en un atisbo de seguridad se desplegó y surcó los cielos, sobre la gran ciudad. Cerró los ojos, sintió el viento golpearle el plumaje y abrió el pico para dejarse llevar, ahora que lo que de verdad le asustaba era la obligación de tener que elegir un camino, que sabía, que le llevaría a abandonar otros.
(Cap. XII) EL HOMBRE DEL BANCO: EL BESO.
El hombre del banco se abandona a todas las suertes en sus cálidos brazos, deja caer su párpado, ciega su mirada y alarga sus labios para besarla, paralizándose al tiempo en el que otros labios lo reciben generosos y humedecen los suyos, se cuelan entre su lengua, lo saborean y se fusionan en el goce de sus encantos, mientras languidece de placer...lentamente vuelve a recuperar la compostura, respira hondo, agudiza los sentidos de la vista, enfoca la mirada, mientras comprueba que los cabellos rojizos se han tornado rubios y escasos, a veinte centímetros de su cara un hombre de mediana edad y complexión gruesa le acaricia los pómulos dedicándole todo tipo de agasajos...
Petrificado, impactado, omitiéndose entre la espesura del jardín, como un fantasma sin limbo, el hombre del banco siente pánico, enmudece, al tiempo que la joven doctora pronuncia las palabras:
-Le presento a su redentor, el señor marqués.
El hombre del banco, comienza a gritar y a correr como perseguido por el diablo y desparece entre el sendero que delimita el estanque.
EL RICKSHAW SIN CONDUCTOR
De los curiosos regalos que fui recibiendo en mi cumpleaños, hay uno que aún hoy no he podido utilizar...
Bajo la inmensa muralla china mis ojos se orientalizan y recorren palmo a palmo la piedra milenaria, el paisaje del mundo aparte se percibe tras las brumas, las montañas y los ríos. Tomaré el rickshaw en el Soho, donde a cualquier hora del día, hay seguro, un maremágnum de gente, de comida ambulante y de patos laqueados tras los escaparates de los hombres amarillos. Me abriré paso entre la multitud asiática, en busca de la pieza que necesito, entreteniéndome en el mercado flotante...tal vez detrás de los puestos de comida...en un punto tranquilo del atardecer de verano donde sólo habitan aves y deidades, tal vez allí bajo el imperio que resiste...
Continuo mi camino, desde Baotou hasta Harbin, cruzando la ciudad prohibida...tal vez aquí, miro a uno y a otro lado, por todas partes, cerámicas, jade, seda, debajo del pincel alguien susurra, no logro entender ni una sola palabra ni hablada, ni escrita...sigo buscando a ese caballo humano antes de que se prohíba y desaparezca para siempre, antes de que el sol deje de residir en un árbol. Tal vez sean más de 55 días en Pekín...
Agotada por la búsqueda, exhausta hasta el extremo, sedienta, hambrienta...me siento bajo la sombra del panteón de Tian, junto a mi carro chino sin conductor, a la espera de que él me encuentre a mi.
(dedicado a su reverendo inventor)
Arwen
LA PRISIONERA
LA PRISIONERA