Sentado en el descansillo de la ventana, balancea las piernas hacia el precipicio. Al fondo la ciudad dormida le anestesia el pensamiento, al frente una nebulosa de contaminación pinta la atmósfera de la urbe, como si de una niebla densa se tratase. El sol apenas ha hecho acto de presencia entre las nubes y la noche no ha dejado de ennegrecerse entre los callejones... se pregunta si es un buen momento para despedirse, para desaparecer entre el hueco de la multitud. En unas horas el silencio se tornará bullicio, los semáforos darán paso a los frenéticos vehículos, a los que llegan tarde, a los que aún dormitan, a los que ni siquiera han despertado. Por un momento carraspea y siente el beneplácito de saberse el único madrugador entre sus coetáneos. Ayer perdió sus últimas posesiones materiales, comprueba la sentencia en la carta que pesa sobre sus piernas. El hombre del descansillo sentado al borde del precipicio, balancea de nuevo sus piernas, dobla su cuerpo hacia adelante, luego hacia atrás y se serena. En ese momento juega con el juicioso documento, construyendo con él un avión de papel, de los que tantos hiciera en tiempos infantiles y con decisión manda su Boeing 747 contra la cristalera de la entidad bancaria que lo observa, al otro lado de la calzada. El avión gira 360º en el aire, hace dos piruetas y antes de aterrizar sobre la acera, se desliza por la puerta del banco. En ese momento las luces interiores de la sucursal parpadean hasta encenderse una a una, la caza de almas continúa, un día más, amontonando en sus ubres privadas un amasijo repentino de riquezas ajenas. Los primeros rayos del sol, hacen por fin acto de presencia, mientras el hombre de las piernas colgando delibera que ya no puede perder nada más y a continuación, se levanta, se sacude el pantalón y con el ánimo recuperado se marcha a la cocina a desayunar.
COLORES Y SENTIMIENTOS
Hace 22 horas