La primavera no llega al
parque de la Route, ya no cantan los pájaros y los únicas aves que se dejan ver son unos fulanos de tres al cuarto que amanecen después de la madrugada junto a un cartón de vino barato. Nuestro
hombre todavía duerme, abatido por el cansancio de construir lo que pudo haber sido
La Dolce Vita y sumergido plácidamente en el mundo onírico
El Hombre del banco atraviesa la puerta de un gran hotel, adornado por cinco flamantes estrellas de cinco puntas con las que reconoce de inmediato hallarse en el firmamento, el conserje del cielo uniformado con chaqueta de botones, gorra y guantes blancos le hace una reverencia a su paso y extiende una mano gentil que nuestro hombre acepta inmediatamente y con la amabilidad que lo caracteriza lo abraza y lo estruja contra su propio cuerpo hasta que el pequeño hombrecillo custodiador sale corriendo despavorido en busca de más guardianes celestiales, seguramente para darle la bienvenida también...pero nuestro hombre no puede esperar a saludarlos a todos y atraído por una melodía de tintes divinos cruza con paso teatral el escenario de la inmensa sala contigua donde una hermosa joven sentada al piano acaricia las teclas del instrumento. Por un momento se asusta y cree haber muerto o de que otro modo puede estar levitando al escuchar tal maravilla, pero más se fascina cuando descubre que la belleza que tiene delante de él no es otra que
la mujer que iba de la mano del otro y al momento unas lágrimas incontenibles de emoción asoman a sus ojos al encontrar frente a él a la mujer de su vida y lo mejor de todo...¡para él sólo!, así que sin pensárselo dos veces sube las escalinatas que lo conducen al instrumento, se inclina junto a ella, cierra los ojos para besarla y justo en ese preciso momento el resto de celadores celestiales lo agarran y se ponen muy pesados queriendo abrazarlo sin parar mientras se lo llevan de allí a rastras sin la menor oportunidad de dejarlo hablar con su amada...no obstante está feliz porque ya sabe donde encontrarla...camino a la recepción del lujoso hotel,
el hombre del banco visualiza unos pasillos que llevan a distintas habitaciones e inminentemente queda conmovido por la imagen de una niña que llora porque sus padres han perdido la autoridad sobre ella. Cerca de ella un anciano lagrimea por la falta de respeto, en la puerta colindante una pareja solloza lágrimas de desamor y un largo sendero de puertas blancas apiladas unas frente a otras muestran a los diversos personajes llorando sin cesar por infinidad de motivos y es ahí cuando nuestro hombre del banco se da cuenta de que la gente tiene ya suficientes fundamentos para llorar por lo que rápidamente entiende que no necesitan
Oculoris y con esto deshecha con premura su proyecto laboral. Y sintiendo el peso en él de una mano que lo zarandea sale por la puerta grande de aquel hotel celestial.
-Despierte buen hombre- le dice el barrendero local.
- Hola caballero, me había quedado dormido... ¡pero he tenido una visión,! ¡una maravillosa revelación!...y nuestro hombre sale a toda prisa haciendo piruetas y saltitos a lo largo y ancho del camino principal del
parque de la Route mientras el barrendero masca chicle y sin quitarle un ojo de encima, lo mira con los ojos clavados y sin pestañear.
El hombre del banco rebusca entre los bolsillos de su pantalón y encuentra varias monedas con las que sin pensárselo dos veces se marcha a desayunar al
bar de la esquina y mientras degusta un sabroso y caliente café con leche con
croissant rememora los momentos soñados en
el hotel celestial, mientras en la televisión del local un informativo da la noticia de unos
hackers que han sido cazados y puestos a disposición judicial por la creación de un virus informático en forma de
troyano que ha desmantelado miles de ordenadores de distintos organismos públicos consiguiendo el acceso a las cuentas bancarias de un sinfín de usuarios y contemplando tan fascinante escena nuestro hombre decide que va a crear el mayor
malware conocido por la humanidad con el que acechar a los hombres más poderosos y despreciables del planeta, comenzando por aquél
Don Juan de los dientes blancos de la sucursal bancaria, en un negocio que le permitirá hacer realidad todos sus sueños y castigar a los seres más depravados.
Arrastrado por la emoción de su recién estrenado proyecto, El Hombre del banco, añade al menú matinal un plato de huevos con patatas, unas bolsas de snacks y unas cuantas botellas de refrescos. Pero cuando llega el momento de pagar la cuenta el injusto ordenador manejado por un bigotudo con cara de pocos amigos, le dicta un importe que no puede pagar y a escobazos es sacado del abusivo lugar. Ya fuera, desenfunda una pequeña libreta y con el pulso templado anota minuciosamente en su lista de víctimas a las que
hackear, al ordenador
del bar de la esquina.