Se sentó, como cada día, a la orilla de aquel tablero adornado en plena sala. A olisquearla en secreto, con la fiera vocación con la que llevaba haciéndolo más de una década. La miraba estremecido, ansioso por tomarla, por sentirla, trepidando por que rápidamente se fusionara con él, imaginándola recorrer palmo a palmo las inconmensurables ramificaciones venosas de su cuerpo, tembloroso, deseándola, ensimismado en el placer que le aguardaba, sólo con acercar sus labios a ella y abrir de par en par su boca para albergarla. Un ritual perenne que había repetido cada día de su vida.
El padre Cutié, acercó la lengua a la placentera copa de vino, que lo tentaba desde su depósito, tragando el néctar impaciente, sintiendo el delirio en él, al tiempo que desnudaba su hombro virtuoso, dejando caer la oscura sotana, mientras acariciaba voluptuosamente el tatuaje que decía:
...“Dios, es sólo una palabra para explicar el mundo”...
2 comentarios:
Si su Dios le explicase el mundo, le diría que las mujeres son mucho mejores que un vino.
La última frase define todo el relato..."Dios..."es sólo" una palabra para explicar el mundo"....
por lo tanto...no creo que este hombre en concreto tena Dios...
y entre las mujeres y el vino, mejor de todo un poco...ja,ja,ja...
bss
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