- ¡Correr hijos, correr!...ni se os ocurra deteneros ahora. Subir por aquella cima, detrás de esos arbustos no os encontraran. Yo volveré enseguida, pero quedaros ahí y ¡no os mováis del sitio!.
La mañana se anunciaba fría, bajo un sol chispeante, recién parido, que derretía lentamente el rocío de la noche y que la acompañaba con su presencia delatora en su acalorada fuga.
Quiso poder ser invisible, desaparecer con los suyos, del escenario que sobradamente conocía, zarpeando en la huida la tierra húmeda que iba sembrando de huellas a su paso. Siempre había temido ese momento y deseó más que nunca tener alas, volar, ahora sí que las necesitaba. Sentía las ramas moverse tras ella, el murmullo de los hombres, una respiración jadeante que podía percibir cerca. Una absurda fatalidad, una cierta premura, una distancia mal medida o un paso mal dado eran suficientes para situarla justo en frente de sus perseguidores...cerró los ojos, olio el romero que se extendía a su alrededor y continuó corriendo por senderos estrechos, flagelada por el monte bajo que la invadía como una retahíla de cuchillas afiladas, mientras dudaba el sendero a elegir, como un ciego caminando al borde de un precipicio, escogió por fin el trayecto de la derecha, con sus recodos, sus subidas y descensos que pronto la llevaron junto a un arroyo, se replegó en el centro del espeso pinar que lo rodeaba, conteniendo la frenética respiración, intentando encerrar su propio aliento, pero la claridad del día descubrió sus movimientos. Llegados a este punto, aceptó con rigor su destino y arropó su oscura piel contra sí misma con la disciplina de una madre sumisa. Apretó sus ojos desorbitados, evocó cada pisada, cada lágrima contenida, cada sonido y se desvaneció para siempre cuando las balas atravesaron su pecho.
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Llevaba tiempo deseando acudir a aquél fantástico restaurante...le habían hablado muy bien de él, de sus exquisiteces, del ambiente selecto y refinado que acompañaba a los suculentos platos. De la serenidad que se respiraba y ahora tendría la ocasión de degustar todos aquellos manjares...
- ¿Qué tomaran los señores?...si me lo permiten déjenme aconsejarles el Ragout de ciervo, toda una cultura del buen comer para los paladares más exquisitos.
- Sí por favor, tomaremos ciervo.
La mañana se anunciaba fría, bajo un sol chispeante, recién parido, que derretía lentamente el rocío de la noche y que la acompañaba con su presencia delatora en su acalorada fuga.
Quiso poder ser invisible, desaparecer con los suyos, del escenario que sobradamente conocía, zarpeando en la huida la tierra húmeda que iba sembrando de huellas a su paso. Siempre había temido ese momento y deseó más que nunca tener alas, volar, ahora sí que las necesitaba. Sentía las ramas moverse tras ella, el murmullo de los hombres, una respiración jadeante que podía percibir cerca. Una absurda fatalidad, una cierta premura, una distancia mal medida o un paso mal dado eran suficientes para situarla justo en frente de sus perseguidores...cerró los ojos, olio el romero que se extendía a su alrededor y continuó corriendo por senderos estrechos, flagelada por el monte bajo que la invadía como una retahíla de cuchillas afiladas, mientras dudaba el sendero a elegir, como un ciego caminando al borde de un precipicio, escogió por fin el trayecto de la derecha, con sus recodos, sus subidas y descensos que pronto la llevaron junto a un arroyo, se replegó en el centro del espeso pinar que lo rodeaba, conteniendo la frenética respiración, intentando encerrar su propio aliento, pero la claridad del día descubrió sus movimientos. Llegados a este punto, aceptó con rigor su destino y arropó su oscura piel contra sí misma con la disciplina de una madre sumisa. Apretó sus ojos desorbitados, evocó cada pisada, cada lágrima contenida, cada sonido y se desvaneció para siempre cuando las balas atravesaron su pecho.
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Llevaba tiempo deseando acudir a aquél fantástico restaurante...le habían hablado muy bien de él, de sus exquisiteces, del ambiente selecto y refinado que acompañaba a los suculentos platos. De la serenidad que se respiraba y ahora tendría la ocasión de degustar todos aquellos manjares...
- ¿Qué tomaran los señores?...si me lo permiten déjenme aconsejarles el Ragout de ciervo, toda una cultura del buen comer para los paladares más exquisitos.
- Sí por favor, tomaremos ciervo.
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