CAUTIVOS

martes, 25 de mayo de 2010
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Trinaba eufórico, con un canto tan amarillento como su plumaje cautivo, bajo el cielo protector de su palacio metálico. A dos metros de él Amanda San Millán, la que fuera una afamada doctora, continua balanceándose rítmicamente, arrastrando las arrugas de sus manos entre los barrotes torneados de la mecedora que la contiene, las mismas rejas que la aprisionan y la mantienen en una soledad senil sólo acompañada por su leal cantor.
Por las ventanas abiertas de par en par, la primavera entra y estalla en mil pedazos, el sol empapa de luz todos los rincones de la estancia y el verdear de la hojarasca da paso a las risas de los niños. Las empolvadas estanterías de libros de ciencia se reavivan con la presencia lumínica y como imantado por el emplazamiento, Arón canta su entusiasta melodía.

- Señora, es la hora de las pastillas para la arritmia - interrumpe la enfermera del geriátrico colocándole los comprimidos en la boca - ...¿hoy tampoco tendrá visita?....

Amanda San Millán, ni siquiera la mira, se incorpora muy despacio, con la entereza de un bebé que comienza a dar sus primeros pasos, apoyándose en el bastón gastado, con los cabellos blancos cubriéndole los ojos como una cortina de hilos plateados que juguetea con los surcos de su rostro, hasta que por fin consigue llegar al habitáculo del viejo pájaro. Una vez allí, la anciana acerca su cara a los barrotes y sintiendo el frío metal, abre todo lo que puede sus descolgados párpados para observarlo por última vez, dedicándole una sonrisa maternal y cómplice abre de par en par la puerta de su cautiverio y el pajarillo ya libre echa a volar... el ave desplumada canta desafiando al viento, roza su pico contra el soporte del ventanal, salta varias veces y entona su canto brillante y prodigioso de tenor en un espléndido gorgoteo que fluye por toda la terraza perdiéndose entre los ramajes que conforman el jardín.

La cuidadora agarra a Amanda por el brazo y con calma la sitúa de nuevo en la mecedora, para salir monotonamente de la habitación, abandonándola a su suerte en una jaula de deseos y temores.

La doctora con la mirada perdida entre los barrotes de un concierto mudo de silencio y libertad, saca del bolsillo de su falda una pequeña bolsa de alpiste donde rápidamente entierra las píldoras de la inmortalidad.
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CANIBALES

martes, 18 de mayo de 2010
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Los corderos de togas negras devoran hambrientos de sangre al lobo feroz, en un espectáculo corrosivo de mutilación y masacre, con ansia desmedida hincan sus colmillos entre la carne fresca del astuto cánido, desgarrándolo, acorralándolo en una cacería sin salida, herido a dentelladas, yagándole la conciencia con sus fieras garras, practicándole su justicia suprema y colectiva.
Bajo la tierra, los huesos de los muertos lloran su exigua sepultura. Mientras, en la sala, sobre las sillas agónicas de armazones de cadáveres, los corderos se disfrazan de hombres sin cabeza, con los brazos extendidos y las piernas abiertas, en un penoso, duro, áspero e insalvable banquete de plasma, despiezando la carnaza y erigiendo sus castigos, sin piedad, peligrosos, silentes, asesinos, sobre la presa de la memoria humana.

El cordero negro de mirada
esquizoide sentencia en nombre del rebaño:

-¡Silencio!, ¡he ordenado SILENCIO!.


(Requiem por un sueño de Justicia y Libertad)


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NO ME OLVIDES

martes, 11 de mayo de 2010
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NO ME OLVIDES

- ¡Fóllame!, ¡déjate de estupideces y de palabrerías y desnúdate!. Abandona tus pecados capitales y olvídate de predicarme tus discursos y fóllame, entra en mi sin más mandamientos que los míos - dice ella entre risas e histeria-

Él no opone resistencia alguna, la levanta, situándola con ansia sobre la mesa de la cocina y ella se ofrece sin reservas, abriendo sus piernas de par en par, tendida desnuda, sin más abrigo que su propia piel y allí los dos se aferran a una euforia desmedida donde sus extremidades descontroladas lidian por alcanzar la centricidad de sus cuerpos, asfixiando el deseo entre sus mulsos húmedos, sedientos de dermis humana en una febril lucha por alcanzar y compartir el placer. La sangre bullendo a borbotones por sus capilares, encharcando las arterias en un turbulento azote de los sentidos. Esta vez la tiende boca abajo con la cabeza colgando y la melena arrastrando por un suelo, que los amortigua con su tibieza, para continuar entrando en ella...son como dos salvajes, como dos perros rabiosos en la encendida madriguera de la mesa de cocinar, bajo un incontrolable fluir de hormonas que les prohíben hablar hasta que primero uno y después el otro lanzan un gemido intenso en la sonora soledad de la sala para caer después presas de un sueño dulce de ojos abiertos. Uno junto al otro, piel con piel, sudor...enemigos íntimos bajo las máscaras descubiertas y la provocación, reviviendo un infierno bendito que bien se hace llamar amor.

Blanca se incorpora, se agita el pelo, llena un vaso de agua y mientras lo bebe se atraganta comenzando a gritar sin control -¿Quién eres?...¿Qué haces en mi casa?...¡Socorro!- aterrorizada, paralizada por un miedo atroz, temblando y sollozando, desnuda, pálida, arrinconada junto al estante de las conservas.

Él se levanta, camina despacio hacia ella y la abraza apretando sus ojos para dejar de mirar, mientras le susurra- tranquila, no voy a hacerte nada, estoy aquí para cuidarte- su órgano corazón se encharca de una pena muda que le estalla entre los ventrículos, ahogando su dolor, mientas ella es sedada por la anestesia del olvido.

Las tijeras de la memoria, afiladas, hirientes, se clavan de punta entre las entretelas de la conciencia de Blanca para llevarse lo único que verdad posee y la atmósfera herviente se desvanece, tornándose oscura entre el amasijo destartalado de su mente.
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DAÑOS COLATERALES

martes, 4 de mayo de 2010
21 comentarios

Lávate la cara que vamos a salir!.

Marcos se dirigió sin rechistar al cuarto de baño. Inclinó su pequeña cara bajo el grifo del lavabo y dejó caer un chorro de jabón sobre ella, el agua arrastró todas las manchas, pero el moretón seguía allí, violáceo, robusto, cercando un ojo que vigilaba de cerca el rostro de su padre que lo observaba excitado al otro lado del espejo.

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