El hombre del banco ha empezado a tener una gran compañía, debido a que el resto de bancos públicos del parque en el que él reside, de unos meses a esta parte han comenzado a llenarse de nuevos inquilinos, en su mayoría, desempleados, estudiantes sin futuro, personas que han perdido su hogar por no poder pagar la hipoteca y en definitiva una gran masa humana que ahora hace las veces de vecindad del
hombre del banco, que en muy poco tiempo ha cambiado su soledada callejera por una gran vida social al amparo de un cielo estrellado, que no es de nadie por más que políticos y banqueros se empeñen en hacerlo suyo.
Al doblar la esquina una procesión multitudinaria de seres humanos, sin crucifijos ni religiones, empuñando pancartas en pro de la democracia real y alzando cánticos anti-corrupcción se adueñan de las calles del lugar, haciendo sonar al fondo del callejón más de una sirena policial.
La canción de cuna de los tambores y la humanidad, junto al olor a mantas y a sacos de dormir, da paso al cielo abierto. Un cielo protector que les regala una noche templada y liviana, sin asperezas climáticas, donde poder descansar sus cuerpos desahuciados y con los párpados vencidos los invita a soñar con un mundo mejor.
El hombre del banco se acurruca junto a una larga cabellera rojiza agradeciendo sin saber muy bien a quién, todo el regalo humano que ha recibido al tiempo en el que se pregunta una y otra vez si tal vez todo aquello no será el mismisimo
Oculoris...