Amanece despacio en el parque de la gran ciudad, el sol se cuela sin prisas entre los entresijos de las hierbas, para zarandear las pocas flores que ha dejado el otoño y hacerse paso entre el paisaje. Al fondo del pasaje principal, donde los olivos urbanos serpentean el camino, se puede divisar con claridad el mismo banco público de siempre, aquel que tantas veces acomoda y da hogar al hombre del banco. Rodeado por un escenario envidiable de Lirios y otras flores de invierno el aroma a lavanda y romero se hace evidente tras el frío nocturno y bajo el telón de una gruesa manta el hombre del banco permanece inmóvil sólo acompañado por su incesante respiración, hasta que puntual a su cita, como un reloj regalado por la naturaleza, los rayos del sol cubren su cara invitándolo a seguir vivo y a no perderse nada...
Presiente que hoy será un gran día, de esos que no se olvidan fácilmente, que marcan y que dejan huella interior, así que sin saber muy bien ni como se calza sus únicos mejores zapatos y persiguiendo sus propias huellas se deja llevar por el asfalto obedeciendo sólo a sus pasos. No ha caminado mucho cuando se topa de bruces con una Fiat Ducato, aparcada en la puerta de una sala de conciertos y cargada de instrumentos donde sus ocho pasajeros al verlo lo reciben entusiasmados y no dejan de elogiarlo por su puntualidad y por su acogimiento, ante tal situación el hombre del banco se abraza a todos ellos y se siente tan complacido que se decide a acompañar a aquellos desconocidos allá donde vayan. Uno tras otro comienza a subir y a bajar de la furgoneta cargando los pesados artefactos sonoros que van llevando cuidadosamente al interior de la sala y él que ya ha demostrado tantas veces ser un individuo solidario, asciende y desciende del vehículo con la sonrisa puesta y cargando con las guitarras, la batería, micros, cajas, cables, a una velocidad por la que es aplaudido por sus generosos compañeros de viaje. Ya en el interior del local un amable camarero le dispensa una cerveza tras otra insistiéndole mucho en que después del concierto habrá más para él y para sus compañeros del grupo, así que el hombre del banco se regocija entra tanto derroche y desinterés y se toma todas las copas que aquel altruista ser humano le va sirviendo. Aplacada su sed y calmados sus deseos se sumerge entre la multitud del público y disfruta del concierto mientras el resto del integrantes de la banda le hacen señas de ánimo desde el escenario y comentan entre sí lo amable que es el dueño de la sala, que no ha dejado de ayudarles con la descarga de instrumentos y con el montaje y además ahora corea sus canciones... el hombre del banco tan gentil como de costumbre les manda mil guiños desde su parche en el rostro, que levanta y tapa rápidamente en un palmear delicioso de su perfil izquierdo, hasta que de pronto, acierta a ver rodando por el suelo lo que le parece una esfera perfecta, tan impecable, tan brillante como un ojo humano y persiguiéndolo, sale de allí, camina por el paseo General Martinez Campos en dirección a Tribunal y poco antes de cruzar la carretera, la bola se detiene justo al pie de la estatua de un gran hombre, junto a ella, un banco público se le muestra complaciente y tras recoger la juguetona canica de la calzada se recuesta en él a contemplar a los viandantes nocturnos que toman la ciudad con sus pasos. Cercanos a él camina una expedición humana formada por cinco integrantes del público a los que reconoce al instante...con su porte refinado y haciendo uso de una reverencia saluda a las dos damas y saca la lengua a los tres varones, pero ellos parecen no verlo y continúan su trayecto perdiéndose entre los callejones que desembocan en la Gran Vía.
El frío de la noche y el alcohol cabalgando por sus venas le adormecen la conciencia en aquel plácido banco de la capital que sólo es avivada por el sonido del vehículo que frena a dos metros de él y por el que desciende aquel camarero tan cordial que además de servirle copas toda la noche le explica que ha sido una suerte enorme al encontrarlo de regreso al local, después de haber tenido que marchar a toda prisa en mitad del concierto pues así no tiene que volver para entregarles "lo acordado" y acto seguido le coloca en el interior del bolsillo de la americana un sobre repleto de billetes despidiéndose de él en su flamante Audi A7 y dándole las gracias, mientras cerrándose la capota del vehículo, desaparece engullido por la oscuridad.
...Hoy ha sido un gran día, de esos que no se olvidan fácilmente, que marcan y que dejan huella interior, el hombre del banco se descalza sus únicos mejores zapatos y se duerme plácidamente en el banco junto a la escultura...
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