TERCER ESTANTE A LA DERECHA

martes, 27 de abril de 2010
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La bibliotecaria cerró los ojos, retiró con mano firme sus gafas del abatido rostro y en apenas unos segundos se encontró caminando entre las librerías del sector norte del edificio, los pasillos largos anunciaban el silencio de la sala, podía olerse junto a la quietud del ambiente, las contraportadas polvorientas y el papel couché que impregnaban la estancia de un aroma único y perenne, como sus letras, su tinta...Platón frente a Descartés...el de la tapa burdeos Aristóteles...el crepitar de las hojas añadía la nota musical al lugar sólo invadido por los murmullos del agua en el exterior, los pájaros revoloteando en sus fervor estival o la chiquillería agolpándose entre los columpios de sólidos y coloridos hierros, cual monos o arañas en su ir y devenir por los correajes de una telaraña asimétrica desde la cual y una vez alcanzado su máximo prisma se lanzaban al vacío aferrados al mástil principal del artefacto y en su caída gravitatoria unos gritaban, otros reían y alguno hasta lloraba el golpe certero en una sinfonía aleatoria que mezclada con los cantos de los gorriones y el agua añadía una melodía eterna a la biblioteca.

Clara seguía deambulando por los corredores, esta vez le toca el turno a la literatura Universal, tercer estante a la derecha, tras la balda de madera de las "íes" con punto rojo, la mirada de un hombre se clava en ella y lo hace con la profundidad de una lanza, sobre su mano derecha sostiene a Cervantes, en la izquierda el peso de su chaqueta y ante la atenta mirada de la mujer comienza a desvestirse de arriba a abajo colocando gracilmente cada prenda sobre un libro.

- Hágalo- la reta- ¡estamos solos!, ¿quién podría verla?. Es pura libertad, sin ataduras, sin vestimenta...

Clara le sigue el juego, la blusa primero, seguido de la falda, a la que va sumando un libro por prenda despojada, entonces le toca el turno a su ropa interior, pero poco antes de que el Ingenioso Hidalgo rozara sus manos una voz la llama por su nombre...

-Clara. ¡Clara!. ¡Tápese, que hay niños delante! - vocifera una mujer ataviada de uniforme al otro lado de la larga cola que espera su turno de información y reservas de libros de la biblioteca.

Y Clara estaba allí, semidesnuda con la ropa desparramada por el mostrador, frotándose los ojos, abriéndolos de par en par al tiempo que despertaba de su sueño mientras una cincuentena de personajes divertidos la observaban perplejos desde sus posiciones.

Nadie más dijo nada...fuera la música de la chiquillería y el agua sigue sonando...,Clara coge sus gafas, se las ajusta perfectamente sobre la nariz y añade:

- Siguiente por favor.
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LA ADICCIÓN DE LA ARAÑA

martes, 20 de abril de 2010
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LA ADICCIÓN DE LA ARAÑA


En su excursión de esa noche encontró un orificio que lo llevó a ninguna parte, corría un aire gélido, conocía el camino con la sabiduría de un perro lazarillo, tal vez porque jamás estuvo en ningún otro sitio, salvo por su adicción a la telaraña.
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EL HOMBRE DEL BANCO: Mesa comunitaria.

martes, 13 de abril de 2010
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Pensó que aquella mañana sería algo especial en su vida, y no se equivocaba, deambuló unos instantes por el callejón que separa la Lonja del Barrio del Carmen y apasionado por lo que el paisaje céntrico y urbano le devolvía se dejó llevar hasta un lugar que conocía bien, uno al que sus pies habían vuelto tantas veces que podría hacer el camino con los ojos cerrados y no se perdería. A la derecha la plaza del Tossal, a la izquierda la tasca que dejaba entrever por sus vidrieras el diminuto local que mantenía el mismo estilo de los años cincuenta. Entrar allí era como permanecer en un túnel del tiempo... de techos altos, decoración antigua, una barra corrida a lo largo del local y las puertas con los marcos de madera mantenían aquel bar con regusto a otros tiempos...reconoció enseguida las pequeñas y octogonales mesas de madera, perfectamente alineadas a modo de pelotón, junto al alicatado antiguo. Bajo la barra, las cajas de plástico donde los clientes amontonaban las cáscaras de los mejillones y los mismos camareros de siempre, robustos y simpaticones, empuñando el grifo de la cerveza, y dando el turno a los clientes...sin dudarlo un segundo se dirigió al fondo, dónde él ya sabía que se encontraba la mesa comunitaria, una gran tapa de mármol blanco de principios del siglo pasado hacía las veces de mesa de reunión para los que no encontraban sitio al otro lado, era interesante descubrir como podías sentarte al lado de unos cuantos desconocidos apurando unas cañas y muchas veces hasta entablar conversación...
El hombre del banco colgó su sombrero en la percha cercana, se desabrochó la americana y se sentó en la única silla que quedaba libre. Junto a él una pareja charlaba acarameladamente, un grupo de amigos discutían sobre fútbol y a su mano derecha una melena pelirroja brillaba y dejaba caer su rostro sobre un periódico que deglutía tras unas negras gafas de sol. Pidió un doble - en jarra por favor - y jugueteó sobre la mesa con su deslucido encendedor.

- ¿Me da fuego?- solicitó la pelirroja de las gafas negras, retirándolas de sus ojos.
- Por supuesto que... el hombre del banco no pudo continuar, se quedó allí inmóvil contemplando esos ojos verdes que lo retaban bajo la fina cabellera cobriza, paralizado, muerto de terror al comprobar que aquella bella y solitaria joven no era otra que la mujer que iba de la mano del otro.

- ¿Está usted bien? -se preocupó la joven-
- Nunca he estado mejor -sonrió feliz nuestro hombre-
- ¿Quiere? -le dijo ofreciéndole un cigarrillo-.
- Sí por favor...-continuaba sonriendo el hombre del banco mientras rozaba esa mano blanca que le parecía de otro mundo.
- y si no es mucha molestia, ¿qué es lo que lee con tanta pasión?.
La mujer de las gafas negras no pudo evitar soltar una carcajada, pero enseguida le respondió:
- Leo un artículo sobre la retinosis pigmentaria. Verá me interesa mucho el tema porque estoy tratando con un paciente que la padece e inevitablemente quedará ciego en poco tiempo. Bueno soy oftalmóloga...¿y usted a qué se dedica?...
El hombre del banco al oír esto se regocijó de placer al tiempo que se quedó unos segundos repiqueteando entre sus retinas escuchando replicar una y otra vez las campanas de Oculoris...

- Científico -respondió por fin- sí, científico, bueno realmente soy químico pero me dedico a la investigación de ciertos colirios precisamente para la visión.
- Que interesante -repuso ella-.
Pero antes de que el hombre del banco pudiera intervenir de nuevo, su mirada se clava en la de los dueños del Cyber que acaban de hacer acto de presencia en el local.

-Uy, ¡que tarde que se me ha hecho!, tengo que marcharme ya que había quedado...

- Tranquilo, le invitó yo, ha sido un placer.

- Lo mismo digo. -murmura observándola del mismo modo que se mira al venerar a un Dios.

Y tras esto, el hombre del banco sale a toda prisa por la puerta trasera del local perseguido por la congregación del cyberlocutorio que unos callejones después lo acorralan y a ritmo de reggaetone le propinan unas dosis de castigo en forma de bate de beisbol.

Tendido en el suelo, el hombre del banco da por saldada su cuenta con los morenos, agradece al cielo que aquella mujer estuviera allí para invitarlo, ya que no disponía de dinero para pagar, pero sobre todo se zambulle en su mundo, uno en el que ella ya tenía su espacio junto a él en Oculoris...

...grandes dosis del destino giraban a su favor acompañados por la tibieza de los rayos del sol que apaciguan los golpes recibidos, acariciándolo bajo la recién estrenada primavera...

En el interior, el camarero seguía cantando las tapas.
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EL HOMBRE DEL BANCO: PREMONICIÓN

martes, 6 de abril de 2010
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Con los primeros rayos de sol de la mañana, el Hombre del banco se dirige sin pensarlo dos veces a la farmacia de la esquina que acaba de abrir sus puertas. Tras el mostrador una gentil muchacha de mirada bondadosa, recibe y despacha con parsimonia a la muchedumbre de jubilados que se agolpa frente a ella reclamando sus medicinas bonificadas. Nuestro hombre, galán y caballero como de costumbre, cruza el umbral de la farmacia dedicando a los asistentes una gran reverencia y regalándole a la joven farmacéutica un guiño de su ojo derecho como salido de un film de Hollywood, sin más, comienza a manosear los cosméticos perfectamente colocados en la vitrina de cristal cercana al mostrador, hasta que como por iluminación divina se topa de frente con el cajón de los medicamentos caducados...mira hacia un lado, luego hacia el otro y aprovechando un descuido del alborotado personal agarra la pesada caja verde y sale corriendo del local diciendo; "gracias. Es justo lo que necesitaba". Ya en la calle se acurruca en un portal solitario y comienza a revisar el contenido de su botín que le muestra algo de Paracetamol, Ibuprofeno, antibóticos variados y jarabes malolientes que dictaminan religiosamente su muerte curativa en la fecha de caducidad explícita en sus envoltorios y junto a ellos descubre intacta una vacuna prescrita del virus H1N1. ¡Esto es justo lo que necesitaba!. ¡Un virus de esta magnitud! -murmura el hombre del banco- y devolviendo a la puerta de la farmacia el resto de medicamentos que ya no necesita, guarda cautelosamente en el bolsillo de su americana el botellín de la vacuna, junto con una jeringuilla y comienza a dar pasos sin rumbo deambulando por la ciudad, hasta que al levantar la vista del suelo, encuentra un cartel que dice: Ciberlocutorio y con una sonrisa de par en par que cruza su rostro de un hemisferio a otro, entra amablemente, saluda a la congregación de animados hombres morenos que parecen celebrar una fiesta a ritmo de Reggaeton y se dirige a la primera cabina donde encuentra un ordenador...ya en Internet localiza la página web del bar de la esquina, donde unos enlaces lo llevan a una famosa red social que en su libro de caras le muestra por casualidad a los ladrones de la recaudación de su joya del séptimo arte "La Dolce Vita", continuando con su inmersión en la red, encuentra también la web de la entidad bancaria del joven de la dentadura blanca y con todas las pantallas abiertas en el navegador mostrándose la cara virtual de sus frustradores de sueños, su mano temblorosa de felicidad carga en la jeringuilla el contenido putrefacto y decrépito de la vacuna contra la gripe A y percibiendo una satisfacción como pocas veces antes había sentido en su vida, dirige la jeringuilla al puerto USB del equipo e inyecta todo el contenido del líquido, mientras grita una y otra vez...¡he logrado hackearos!!!...¡no podréis conmigo!, ¡no me dejaré vencer tan fácilmente! y mientras la CPU echa chispas y humo negro, nuestro hombre sale corriendo a toda prisa del cyber perseguido por una manada de morenos con cara de pocos amigos...tras un maratón de media hora, cansado y fatigado y viendo que ya nadie lo sigue desacelera el paso mientras tropieza con algo que parece ser una piedra y que lo hace caer, pero que logra sorprenderlo cuando sujeto en la mano, lo que era una piedra no es otra cosa que un ojo de cristal que en la mente de El hombre del banco se convierte en la visión premonitoria de un deseo que ve posible alcanzar...

...Mirando fijamente la esfera cristalina, el hombre del banco, baja la voz y susurra...

...Oculoris....
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