SOLEDAD

martes, 30 de marzo de 2010
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SOLEDAD

Languidezco en el sofá, bajo la plácida luz de una lámpara indiscreta, con el libro entre mis manos asaltando palabras, y en mi mano izquierda el tacto suave de la cabellera de mi hijo enredándose entre mis dedos...hasta que descubro, que no tengo hijos.
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LA MÁSCARA

martes, 23 de marzo de 2010
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Y después de dormir, se levantan, se acicalan, se duchan, se perfuman, se maquillan y uno a uno van abriendo la boca de par en par, para volver a ser lo que nunca han sido.
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EL COTO.

miércoles, 17 de marzo de 2010
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(Homenaje a Miguel Delibes)

"Un pueblo sin literatura es un pueblo mudo." (M. Delibes)



EL COTO


-¡Pues habremos de comer!. Muchas veces maldigo mi estúpido estómago y mi bastarda calavera. Porqué -díganme si es que pueden- ¿Porqué diablos no puedo contenerme?, ¿acaso por mis venas no corre la misma sangre que la de ellos?, ¿acaso no soy yo también un hombre?. Mis manos tiemblan y mis piernas apenas son capaces ya de sostenerme, pero mis ojos están segados por la incomprensión y el desamparo. Por no tener no tengo ni el pedazo de tierra que trabajo y a ellos también se la debo pese a haber sido de padre. Su presencia me repugna, como aborrezco todo lo que toco y que les pertenece...hasta mi débil cuerpo es más suyo que mio. El agua de la fuente no me sirve, es insípida y no me calma porque no tiene consistencia, llena espacios vacíos de algo que no puedo distinguir, pero ahora no pienso en conclusiones, mis ataques de urgencia sólo son satisfechos por los escasos alimentos. Incluso me faltan los besos, encallados en la nostalgia, que de tan poco gastarlos a todas horas se han convertido en una costumbre impropia del verbo amar, hasta estropearlos, como se estropea la fruta que sólo sirve para decorar los cuencos de los señoritos. La rutina sabe tomarse las cosas lentas y el tiempo también tiene hambre y el hambre se toma el placer de los ratos muertos, extinguidos como nuestras familias, ahora que no tenemos cada día en la mesa ni en ninguna parte nada que echarnos a la boca, lo que a ellos yace pudriéndoseles a escondidas. Habrá pues que mascar despacio, sin gastar nunca las migajas que nos lanzan como a perros rabiosos, llenos hasta los topes estamos de una rabia que ellos nos contagian, que heredamos y arrastramos y que va poblando nuestros días hasta ver a nuestros hijos caer exiguos en su propia tierra sin más oportunidades que la de quedarse en el camino. Saben muy bien nuestra imposibilidad para detenerlos, ¿hasta dónde llega su resistencia?...y los ojos que saben tan bien recoger las palabras de los demás, recordarán el sabor de los que ya no están. También los brazos envuelven ahora la piel de aquellos que nos dan de comer aparte.
Después de haber vivido tantas veces, uno por cada momento que ya pasó, mi cama vuelve a encontrase fría y vacía, porque mi mujer duerme hoy con nuestro amo, mientras yo limpio y preparo su escopeta para la caza de mañana. Si cierro los ojos quizá, mi hambre y mi furia se contengan...quizá si guarda las palabras de hoy para mañana no salga un tiro por la culata. Harto de dormir en este pajar entre la miseria y las bestias mientras él la va a buscar a la cama, en esta noche que se hace inmensa y eterna para no amanecer nunca.

Al estallar del alba él encuentra su taza de café bien caliente en la mesilla para incorporarse y comenzar con la boca bien llena la jornada de caza.

El camino al coto es liviano, los prados empapados por el agua brillan a través de los matorrales de aliagas, franqueando la inmensa finca del Marqués. Bajo el cerezo florido y hermoso que anuncia la primavera se escuchan dos disparos, pero al pasar como si fuera un juego las palomas torcaces huyen en un vuelo herido mientras yace en el verdear de la hierba un cuerpo henchido de pucheros. El terreno es blando y espeso, como una mullida alfombra y en él se desprende el fresco aroma a hierbabuena y abundante maleza húmeda.

Ya comienzan a brotar las amapolas. Los patos escapan libres pero esta vez ha caído una buena pieza.

- ¡Vamos Achia!, - la perra mueve el rabo y lloriquea olisqueando el cuerpo repleto de su amo-.

Romero, poleo, tomillo y jara hoy vuelvo al corral satisfecho y sin hambre, con la única compañía de un perro fiel.
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LA NOCHE DE LOS FUSILES

viernes, 12 de marzo de 2010
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(In memoriam)


El ruido de la metralla se hace ensordecedor y el fuego dibuja en la noche sombras que se diluyen y mueren delante de nosotros para pasar a formar parte de la tierra. Las bajas se suman de uno y de otro bando y el cielo ruge furioso, condenando todas nuestras acciones mortales y como castigo nos envía una tormenta desmedida en mitad de la noche cerrada. El cielo rompe a llover con tanta fuerza que el terreno arcilloso, se pega a nuestras viejas botas frenándonos el avance en seco, pero el bombardeo de la artillería está preparado, con cincuenta hombres sobre sus posiciones, esperando mis órdenes. Frente a nosotros la línea enemiga se concentra en el gran valle, dispuesto a no dejarnos pasar y a poner el punto final a nuestra ofensiva al menor descuido. Así que la única salida es lanzar un golpe demoledor para coger al enemigo por sorpresa y coartarles la salida natural del valle y arrojarlos sobre la ribera del río. Sin artillería suficiente su única alternativa será la rendición. La lluvia sigue golpeando los charcos formados en los cráteres de un obús. Uno de mis hombres canturrea en voz baja una melodía sobre madres e hijos, mientras recostado en la trinchera se agarra a su fusil y baja los ojos, el agua nos va limpiando el rostro y los pecados y con ella la visión nocturna se complica, todavía más. A mi lado otro soldado reza y la oscuridad sólo es iluminada fugazmente por el fuego de la metralla. La compañía está lista y a mi señal la avanzadilla se sumerge en las frías aguas para cruzar al otro lado.

- Mi capitán, ¡yo no sé nadar!. - es Paco, un joven de poco más de veinte años, algunos menos que yo y que padece el mismo pánico que yo por el agua...

- Nos agarraremos a la cola de esa burra para pasar.

Así que enganchados a la cola del torpe animal logramos cruzar el río. Ya en el otro lado nos separamos buscando posiciones. Entre la sinfonía de los bombardeos una voz me nombra. Me adentro con cautela entre un sendero de matorral siguiendo su eco.

-¡Alto! -grita la misma voz de sonidos agudos.

Y una nueva explosión ilumina la zona por unos momentos y lo que tengo frente a mi clavado y mirándome sin expresión es un niño que no ha cumplido los ocho años, apuntándome con su fusil que en extensión es más largo que él y antes de que la luz se extinga reconozco un medallón colgado de su delgado cuello...¡no puedo dispararle!, ¡es sólo un crío!...

Horas más tardes Paco, el Sargento de la Quinta Compañía que ordenaba el Capitán Martín, encuentra un medallón junto al fusil de Martín pero por más que lo intentan no logran dar con su capitán.

Tras revisar los hechos y confirmar su muerte, el Sargento Paco se dirige en tono afligido al Teniente de la compañía:

- Señor, yo conozco ese medallón...pertenece a la prometida del Capitán. Lo sé porque Martín y yo éramos muy buenos amigos, nacimos en el mismo pueblo y nos criamos juntos, es un pequeño municipio donde nos conocemos todos y María, lo llevaba siempre colgado. También sé que en los cinco años que llevamos aquí Martín no lo guardaba, lo poco que tenía de ella era una foto...no me explico que hace junto a su fusil.

Semanas más tarde, María recibe una carta del frente firmada por el Sargento Paco Garcia, en la que se le comunica la desaparición del Capitán, fallecido en un desafortunado accidente al caer en unas arenas movedizas. Junto a la carta le hacen entrega del medallón.

María rompe a llorar recordando que el medallón se lo regaló ella a su hijo, poco después de enviudar y días antes de que un destacamento del bando contrario al de Martín, se lo llevara en contra su voluntad a la guerra.


...El hombre al que amó no volverá y con el medallón en la mano, presiente que su hijo tampoco...

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EL HOMBRE DEL BANCO: La lista.

martes, 9 de marzo de 2010
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La primavera no llega al parque de la Route, ya no cantan los pájaros y los únicas aves que se dejan ver son unos fulanos de tres al cuarto que amanecen después de la madrugada junto a un cartón de vino barato. Nuestro hombre todavía duerme, abatido por el cansancio de construir lo que pudo haber sido La Dolce Vita y sumergido plácidamente en el mundo onírico El Hombre del banco atraviesa la puerta de un gran hotel, adornado por cinco flamantes estrellas de cinco puntas con las que reconoce de inmediato hallarse en el firmamento, el conserje del cielo uniformado con chaqueta de botones, gorra y guantes blancos le hace una reverencia a su paso y extiende una mano gentil que nuestro hombre acepta inmediatamente y con la amabilidad que lo caracteriza lo abraza y lo estruja contra su propio cuerpo hasta que el pequeño hombrecillo custodiador sale corriendo despavorido en busca de más guardianes celestiales, seguramente para darle la bienvenida también...pero nuestro hombre no puede esperar a saludarlos a todos y atraído por una melodía de tintes divinos cruza con paso teatral el escenario de la inmensa sala contigua donde una hermosa joven sentada al piano acaricia las teclas del instrumento. Por un momento se asusta y cree haber muerto o de que otro modo puede estar levitando al escuchar tal maravilla, pero más se fascina cuando descubre que la belleza que tiene delante de él no es otra que la mujer que iba de la mano del otro y al momento unas lágrimas incontenibles de emoción asoman a sus ojos al encontrar frente a él a la mujer de su vida y lo mejor de todo...¡para él sólo!, así que sin pensárselo dos veces sube las escalinatas que lo conducen al instrumento, se inclina junto a ella, cierra los ojos para besarla y justo en ese preciso momento el resto de celadores celestiales lo agarran y se ponen muy pesados queriendo abrazarlo sin parar mientras se lo llevan de allí a rastras sin la menor oportunidad de dejarlo hablar con su amada...no obstante está feliz porque ya sabe donde encontrarla...camino a la recepción del lujoso hotel, el hombre del banco visualiza unos pasillos que llevan a distintas habitaciones e inminentemente queda conmovido por la imagen de una niña que llora porque sus padres han perdido la autoridad sobre ella. Cerca de ella un anciano lagrimea por la falta de respeto, en la puerta colindante una pareja solloza lágrimas de desamor y un largo sendero de puertas blancas apiladas unas frente a otras muestran a los diversos personajes llorando sin cesar por infinidad de motivos y es ahí cuando nuestro hombre del banco se da cuenta de que la gente tiene ya suficientes fundamentos para llorar por lo que rápidamente entiende que no necesitan Oculoris y con esto deshecha con premura su proyecto laboral. Y sintiendo el peso en él de una mano que lo zarandea sale por la puerta grande de aquel hotel celestial.

-Despierte buen hombre- le dice el barrendero local.

- Hola caballero, me había quedado dormido... ¡pero he tenido una visión,! ¡una maravillosa revelación!...y nuestro hombre sale a toda prisa haciendo piruetas y saltitos a lo largo y ancho del camino principal del parque de la Route mientras el barrendero masca chicle y sin quitarle un ojo de encima, lo mira con los ojos clavados y sin pestañear.

El hombre del banco rebusca entre los bolsillos de su pantalón y encuentra varias monedas con las que sin pensárselo dos veces se marcha a desayunar al bar de la esquina y mientras degusta un sabroso y caliente café con leche con croissant rememora los momentos soñados en el hotel celestial, mientras en la televisión del local un informativo da la noticia de unos hackers que han sido cazados y puestos a disposición judicial por la creación de un virus informático en forma de troyano que ha desmantelado miles de ordenadores de distintos organismos públicos consiguiendo el acceso a las cuentas bancarias de un sinfín de usuarios y contemplando tan fascinante escena nuestro hombre decide que va a crear el mayor malware conocido por la humanidad con el que acechar a los hombres más poderosos y despreciables del planeta, comenzando por aquél Don Juan de los dientes blancos de la sucursal bancaria, en un negocio que le permitirá hacer realidad todos sus sueños y castigar a los seres más depravados.

Arrastrado por la emoción de su recién estrenado proyecto, El Hombre del banco, añade al menú matinal un plato de huevos con patatas, unas bolsas de snacks y unas cuantas botellas de refrescos. Pero cuando llega el momento de pagar la cuenta el injusto ordenador manejado por un bigotudo con cara de pocos amigos, le dicta un importe que no puede pagar y a escobazos es sacado del abusivo lugar. Ya fuera, desenfunda una pequeña libreta y con el pulso templado anota minuciosamente en su lista de víctimas a las que hackear, al ordenador del bar de la esquina.
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LA PECERA.

martes, 2 de marzo de 2010
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LA PECERA

Cierra el libro de golpe. Le falta el aire. Dos minutos empleados en él. No perdidos. Las palabras se acumulan en su mente como pequeños riachuelos de caracteres extraños sin rumbo fijo, intentando alcanzar los senderos de una decisión no tomada todavía. Con torpeza, intenta levantarse, sin tener en cuenta la fragilidad de su propio cuerpo. Olfatea minuciosamente la estancia que la rodea y que huele a leche y a galletas, pero suspendido en el aire un nuevo aroma delata una presencia que no es la habitual, sin dudarlo se dirige hacia el tabique más cercano, la pecera sigue allí, tan próxima a la playa que si la marea subiera, se la llevaría. Pero en esta parte del mapa en la que se encuentra, las mareas apenas se aprecian por lo que tanto la pecera como su habitante siempre permanecen allí. Un golpe seco arroja un sonido de cristales fragmentados que dejan desparramar entre sus grietas todo el agua contenida que no tarda en bañar sus pies desnudos...el aleteo incesable del pez anuncia una muerte por asfixia entre su dedo pulgar y el espacio que queda entre las baldosas, pero peor que todo esto es que hoy no espera visitas. Mala tarde para morir y mal momento para los lamentos, así que sabiéndose acompañada retrocede con paso lento hasta el mismo sofá en el que prácticamente vivía...presa del pánico agarra su bastón blanco y encomienda a él su propia vida, cerrando los ojos en un sueño invisible que le devuelve la misma oscuridad que sólo puede ver abriéndolos y recuesta su joven cabeza en uno de sus brazos haciendo que duerme.

- Te he dicho que fueras con cuidado, es ciega pero no sorda - alegó una voz masculina-
- Calla que va a oírnos -respondió otro hombre-
- Llévate lo que puedas y vámonos.

Mientras la desvalijan Clara repasa imaginariamente los últimos momentos del pequeño anádromo, jamás había necesitado sus ojos, pero ahora deseaba más que nunca poder ver, alzarlo entre sus manos y llevarlo con ella a ese lado de la playa donde si la marea subiera se los llevaría...pero recuerda súbitamente que en esta parte del mapa las mareas apenas se aprecian por lo que ellos siempre permanecerán allí...bajo la ligera falda de algodón sus piernas temblorosas se doblegan ante el cálido líquido que se desparrama por ellas, mientras un charco de miedo y orín forma senderos marinos entre las juntas de las baldosas para desembocar junto al agua de la pecera en un pequeño archipiélago exiguo de humanidad. Tan sólo dos metros más allá una cristalera gigante anuncia la arena, la tarde templada bañada por los rayos de sol y el sonar de las olas acompasado por una brisa ligera, proyectan en los ventanales la visión de un acuario mayúsculo donde habitan eternamente, los peces ciegos.
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